sábado, 12 de marzo de 2011

Saudade

A Dionicio Morales

I

Pensar que duermes y que, solamente
por no morir de ti, de tu cintura,
mi corazón: velero en andadura,
remontaría el aire, dulcemente.

Saber que duermes y que me condenas
a rotura de ti, a desprendimiento;
mi corazón a tierra, tú en el viento
y toda lengua muda y me encadenas.

Tú tan desnudo ahora y no te toco.
Tan dolorido yo y no te acongojas.
Te me robas y en vano te convoco.

Quédate así, amor mío. Si guardeces
noche para la noche a que me arrojas
de ti anocheceré, tú que amaneces.


II

De ti anocheceré, tú que amaneces
grave de luz, ardiente mañanura,
junco de lumbre, tersa de galanura,
bienhadado del Sur donde floreces.

Sea mi vida pues, la descordura;
de lo que fui sólo seré tu ausencia,
tu primer anatema, la apetencia
donde tuvo tu cuerpo su atadura.

De ti anocheceré. Y, envejeciendo,
despoblado de ti, desatendido,
laborioso de muerte, oscureciendo,

seré desolamiento trascendido.
De ti anocheceré y, anocheciendo,
seré escombro de amor desconcedido.


III

Seré escombro de amor desconcedido;
me cumplo a oscuras, no me doy consuelo,
y determino este montón de duelo
cuando te pienso en muerte convenido.

Qué habré de ser sin tu presencia impía?:
Descorazonadura, vaciedumbre...
Bebí cáliz de acíbar, servidumbre
de soledad uncí. Y, ay, todavía

qué despiedad acrece mi faena,
qué dondequiera soledad desboco,
qué cosa estoy tan triste y me doy pena.

Y me acerco a tus cosas y las toco,
todo está nadie, amor, tierna colmena,
y me voy apagando poco a poco.

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