suele ocurrir,
por ejemplo,
que,
de pronto,
todos éstos que saben qué hora es,
quién vive,
qué pasa entre nosotros,
que nos miran,
los maliciosos bragueteros,
los resentidos calenturientos,
descuidan
que uno, a boca plenamente sellada,
pueda amarse, llamarse,
repetirse,
decirse, sin hablar, lo simple y tibio del amor,
se les pasa que uno,
sin decir esta lengua es la mía,
categóricamente,
desde el más caballeroso, solemne
y circunspecto silencio,
les está recordando, beneméritamente,
a su
reverendísima,
reformadísima,
restauradísima, recogidísima,
república
madre.
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